Para las vacaciones de invierno, los padres de Lucio habían planeado un viaje al Brasil. Querían mostrar a Lucio el Corcovado, el Pan de Azúcar, Tiyuca y admirar de nuevo los paisajes a través de los ojos del niño. Lucio enfermó de rubéola: esto no era grave, pero "con esa cara y brazos de sémola", como decía su madre, no podía viajar. Resolvieron dejarlo a cargo de una antigua criada, muy buena. Antes de partir recomendaron a la mujer que para el cumpleaños del niño, que era en esos días, comprara una torta con velas, aunque no fueran a compartirla sus amiguitos, que no asistirían a la fiesta por el inevitable miedo al contagio. Con alegría, Lucio se despidió de sus padres: pensaba que esa despedida lo acercaba al día del cumpleaños, tan importante para él. Prometieron los padres traerle del Brasil, para consolarlo, aunque no tuvieran de qué consolarlo, un cuadro con el Corcovado, hecho con alas de mariposas, un cortaplumas de madera con un paisaje del Pan de Azúcar, pi