Papá botas altas de David Aracena

 

Papá botas altas 

El hombre entró empujando con la puerta, hacia afuera, la oscuridad y el frío. 
-Noche perra- dijo. 
La mujer vino a besarlo, entre el olor de cebolla y aceite que llenaba la noche. Colgó su saco en una silla, que guardó su cuerpo arrugado e invisible, con un absurdo tórax. 
- No he conseguido nada, mujer. 
 - Es lástima, es lástima. 
 - Mañana iré a la compañía. Y siguió comiendo. 
Después llamó a su hijo: - Yanko- gritó. 
El hijo pensó: "Padre me trata de usted. Esto lo hace siempre que está enojado. Tiene una seria cara de gato. Pero su padre está solamente preocupado. Esto lo supo después, al otro día, cuando temprano salieron rumbo a la compañía petrolera. Iban los dos silenciosos en el autovía que hacia trayecto. Las ruedas chácate, chácate. Después tuvieron que hacer todavía parte del trayecto a pie. 
Un humo lechoso ascendia de las lomas. Uno penetrante y agrio, llenaba la mañana. 
- Padre, quién prende la cocina de las nubes? Nada, su padre calladito. Le gustaría a él prender la cocina, temprano. Sobre todo en estas mañanas heladas. Un gorrión entraría. Psh. Psh. No hay que hacer ruido, que no se vaya. ¡Phs! Phs. Se escuchaba, cercano, el ruido de los balancines de las torres de petróleo. A lo lejos, hombres trabajando en monos azules, con guantes de cuero. 
Cuando el hombre entró al edificio de la compañía se detuvo indeciso frente al agresivo mecanismo de las oficinas. Antes se limpió los pies cuidadosamente, con ese miedo de los humildes, retardando en lo posible tener que hablar. Yanko leía despacio los correctos carteles fijados a las paredes: "No hay vacantes". Los hombres escribiendo a máquina. Qué rápido los dedos sobre las teclas! Aquí la "a" brillante; arriba, el 2. Vino un empleado y le entregó un formulario. Pedro, el padre de Yanko, daba vueltas al papel en las manos, sin saber qué hacer con él. Y vino la mano y se llevó el papel. Pedro se quedó esperando, enorme, en el hall de la compañía, y mientras alguien, detrás de los escritorios, se reía diciendo: - Estúpido hombre! - volvió el empleado. 
- No tenemos tiempo para perderlo con hombres como usted. 
Y él, Pedro, murmuraba: Déme cualquier cosa-, Y pensaba confusamente en esa época en que fue niño, y hubiera querido aprender el nombre de las letras y leer después esos libros grandes. La voz caía, deshilachada y rota, gastada de tanto decir: "No, señor". "Si, señor". Yanko observó cómo su padre daba vuelta, la cabeza baja. Papá querido, con las botas altas, tan humilladas. Cerraron la puerta sin ruido. Afuera, la mañana seguía creciendo, silenciosa, segura, como un árbol. 

DAVID ARACENA: primer premio de Poesía de la Biblioteca Avellaneda de Comodoro Rivadavia, Primer premio de cuentos en el Primer Concurso de Cuentos Patagónicos por la Dirección de Cultura del Chubut, primer premio poesía "Cincuentenario de Comodoro Rivadavia en 1951; Primer premio de teatro en colaboración con Anita P. Aracena, también de la dirección de Cultura de la provincia, segundo premio, ensayo, también de la dirección de Cultura de la provincia, segundo premio, ensayo, en la "semana del arte" en Rawson Chubut; menciones especiales, premio Isernia de poesía; Premio F. Colombo, Buenos Aires, Meridiano Artístico, Rosario, primer y tercer premio en "Vosotras", Buenos Aires. Diploma de honor de la Unesco filial Brasil, "Primer Premio" Concurso Patagónico de Poesía" 1969.

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